Son mis amigos

Es extraño ver que ya no estoy en mi antigua pensión. Verme en otro dormitorio, en otra cama y lo más extraño: con otras personas. Declaro abiertamente que no me gusta la soledad, bueno, a veces sí, pero no me gusta almorzar sola, ni tomar once sola, por ejemplo. El desayuno lo puedo soportar, pero lo otro me cuesta. Bueno, pero lo que en realidad quiero expresar es que echo de menos a mis amigos, a dos muy buenos amigos que fueron mis compañeros de carretes, de conversaciones absurdas, de conversaciones serias, llegando a pelear incluso por nuestras evidentes diferencias políticas y de religión. Pero la amistad soporta esas diferencias. Recuerdo con nostalgia cuando dividíamos todo en tres partes iguales; cuando comprábamos papas fritas, cuando compramos helado, cuando quedaba poca cecina y planeamos seguir juntos, por lo menos, hasta que yo terminara de estudiar. Pero uno sólo propone y no sólo Dios dispone. Y nos separamos. Ahora cada uno por su lado.
Cómo no voy a extrañar a estos amigos gritones, metaleros, chascones, pero intrínsecamente buenos, que escucharon tantos de mis delirios, mis análisis de pequeñeces de la vida, que soportaban que cantara el día entero con mi voz que es definitivamente mala. Cómo no recordar tanta frase memorable, tanto discurso a medio terminar de Pancho interrumpido por la risa mía y de Michael.

Los echo de menos chiquillos. Tratemos de no dejar que muera nuestra amistad y tal como alguna vez les dije, tenía que escribir sobre ustedes, porque son dos de las personas más locas que he conocido en mi vida y juntos éramos un buen trío de locos.
Un abrazo, hasta luego.